Un plato sin peros

Un plato sin peros

Vaya platazo ha venido a vernos hoy.

Os presento al niúròu miàn 牛肉麵 o beef noodle soup: un plato que se oye, se ve y se come por todas partes en Taiwán. Sin duda, el de hoy es un plato que triunfa.

El invitado de hoy es un plato que me guardo con cariño porque me acompañó mucho desde el principio y fueron muchas las veces que me senté a comerlo, no sólo en Taipei, sino por la isla entera.

Aunque ha tardado en salir por aquí, este plato tejió parte de los recuerdos de mis primeras semanas en Taipei.

Recuerdo la mañana intensa de un domingo de biblioteca, antes de mudarme. Salí buscando un sitio en el que comer y descubrí una calle plagada de restaurantes pequeñitos. Había muchas opciones, tantas, que eran demasiadas para mi cabeza en aquél momento, así que dejé fluir la decisión por pura intuición y fui caminando hasta casi el final de la calle. Y allí, en el último restaurante de la esquina izquierda, mis ojos encontraron a una cocinera que me llamó la atención. Estaba en una pequeña cocina exterior, justo a la entrada de su restaurante. Me paré a mirarla y le pregunté que si todavía no era muy tarde para comer, a lo que me contestó que me prepararía lo que yo quisiera. Me explicó que sus tallarines eran artesanales, cortados a cuchillo, y me enseñó la olla.

Hubo algo en ella que me hizo sentir tan acogida que no me lo pensé dos veces. Es bonito que la energía de alguien se transmita de tal manera que no te haga dudar, y aquél día, ella y sus tallarines cortados a cuchillo no me hicieron dudar ni lo más mínimo. Entré, elegí una mesa, me senté y esperé hasta verla aparecer con un bol entre sus manos del que aún recuerdo cómo salía el vaho.

Esa fue la primera vez que comí niúròu miàn en Taipei. Qué caldo, qué sabor, cómo se me deshacía la carne en la boca, qué rico el pak choi, qué tallarines tan bien hechos, qué todo, qué combinación. No tuve peros que poner más allá de las veces que se me resbaló la pasta por entre los palillos.

Después de aquello mi listón estaba alto, pero pronto y de mala manera aprendí que este plato se lleva mal con las prisas.

Recuerdo otra tarde intensa de estudio, en la que, para no perder la costumbre, se me echó el tiempo encima. De camino a casa, algo más tarde de las ocho, elegí un restaurante especializado en tallarines en el que servían montones de versiones de este plato.

«Vale, aquí está bien. Perfecto para cenar hoy». Elegí el tipo de tallarines, el grosor e hice mi pedido. «Bien, por fin puedo parar y cenar tranquilamente.»

Llegó mi bol y nada más comprobar que las primeras cucharadas quemaban demasiado, vi cómo los dueños se ponían a recoger las banquetas y a barrer. La dueña me dijo que me diera prisa, que yo era la última e iba a cerrar ya. No me lo podía creer, si ni siquiera había empezado… «No lo sabía. ¿Por qué no me ha avisado de que iban a cerrar ya?» le dije.

Quizás es que yo no tenía el esófago lo suficientemente acostumbrado a sopas hirviendo, quizás es que mi cena sólo significaba unos cuantos dólares taiwaneses más en la caja del día de ese restaurante. Quizás lo que fuera, pero lo que supe en aquél momento era que, discutir en un idioma que no era el mío no era la solución y, quemarme la garganta tampoco. Así que hice lo mejor que creí que podía hacer: pedí la sopa para llevar y me fui.

Y aunque después de aquello nunca volví a elegir sus mesas para cenar, esa noche me regaló una nota mental que ya no se me olvidó aplicar: no sentarme a comer niúròu miàn más tarde de las ocho. Todo lo que pasa te enseña algo, y esa noche aprendí a gestionar mi tiempo para que no me volviera a pasar lo mismo a la hora de cenar.

A este plato le debo lo fácil que me ponía salir de dudas. Cada vez que me surgía la pregunta de ¿y hoy qué como?, él estaba ahí, listo para venirme rápido a la mente. Lo ponía fácil por dos razones: está muy rico y casi siempre apetece comérselo. Y digo «casi» porque a veces lo que no apetecía era la sopa caliente, pero me encantaba que eso no supusiera ningún problema porque casi siempre podías elegir si lo querías con sopa o en versión seca.

Gracias a que la oferta y las variantes de este plato son interminables, pude probar muchos niúròu miàn diferentes. Ya fueran con diferentes tipos de tallarines, diferente grosor, cortados a cuchillo artesanalmente o incluso pelados desde la propia masa, con tomate o sin él, con pak choi, con hojas de mostaza o con alguna otra verdura, con un buen caldo o sin él y con su famosísima textura de la carne, todos ellos eran dignos de probar.

Niúròu miàn es un plato tan valorado y querido por los taiwaneses que no sólo he leído montones de historias de recuerdos de infancia de muchas casas taiwanesas girando alrededor de él, sino que además Taipei tiene su propia competición por cuál es el mejor.

Y es ahora, mientras mi mente sobrevuela las diapositivas mentales de con quién me senté a comer este plato, que me doy cuenta de que el niúròu miàn fue el plato de las despedidas de cuando estaba a punto de marcharme de la isla…

Pero para eso hay que esperar, porque a ese punto aún no hemos llegado.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © Paul Hanaoka)

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