Un haz de luz

Un haz de luz

Después de cerrar el primer semestre, el segundo semestre ya había empezado y con él dejé atrás a la profesora que me acompañó durante los tres primeros meses de transición hacia los caracteres tradicionales. En este segundo semestre de clases volví a encontrarme con una profesora que ya conocía.

Espera, pausa. ¿De qué la conocías?

Rebobinemos un segundo a mis primeras semanas en Taiwán, y concretamente a mi primer día de clases, a mi «no sé que se me viene encima aún pero hoy es el día de descubrirlo». Ese primer día yo aparecí por la clase que me habían asignado después de mi prueba de nivel, y la encontré a ella, a una profesora que hablaba tan rápido que me angustiaba no poder responderla por no haberla entendido.

«Pruébate. No huyas de esta incomodidad, ya sé que vas a pasarlo regular, pero estoy contigo, acuérdate», me susurró Pepito. «Después de la clase ya hablamos.»

«¡Maldito Pepito, pero no te vayas ahora!» Pero a eso nadie respondió.

«Vale, muy bien, tú vete, salte con la tuya otra vez. Ya hablaremos tú y yo…»

Pasé ese primer día con aquella profesora tan imponente y conociendo a mis compañeros y, aunque reconozco que disfruté a mi manera de esa incomodidad (sí, a veces soy un poco masoca con las zonas de no confort), conforme pasaban las horas no pude dejar de pensar que el ritmo de aquella clase me quedaba demasiado ancho.

Pausa. «Vamos a ver Pepito, donde quiera que te hayas metido, vuelve ipso facto. Te necesito. Tú que me has estado observando, ¿crees que necesitamos bajar un poco el ritmo? Quizás esta clase me queda grande por el momento.»

«A ver, venga, analicemos juntos. Ya sé que he venido hasta aquí a estar incómoda, pero creo que igual necesito bajar un escalón.»

En aquél momento me pareció que dar un paso atrás era una sabia decisión, así que lo hice. Hablé con mi profesora al terminar la clase y así fue cómo el segundo día me fui de sus clases para bajar el ritmo algunas revoluciones. Tanto ella como yo sabíamos que aún estaba algo verde para sacarle todo el provecho a sus clases.

«Vale. Pues ya está decidido, tú y yo vamos a prepararnos para estar a la altura de ese escalón», me dijo Pepito esos primeros días.

Y como la vida es así y a veces le gusta llevarnos por círculos que necesitamos cerrar, ella volvió a aparecer de nuevo en mi camino. Nos volvimos a encontrar con el cambio de semestre, ella iba a ser mi nueva profesora.

«¿Estaré ahora preparada?» me preguntaba yo. «Pepito, ¿estamos listos? Dame la mano, vamos a meternos de lleno en esto, juntos.»

Y aunque por aquél momento yo aún no la conocía tanto, y me aterraba el ritmo de sus clases, hoy, el día en el que me siento a escribir esto, no puedo dejar de sentirme afortunada de haberme encontrado con ella en mi largo camino de estudiar chino.

Me acuerdo de cuando te dije que mi nombre chino 仁人 se pronunciaba Yan yan en cantonés y me dijiste que lo sentías, pero que lo pronunciarías como se lee en mandarín: Ren ren. Como prefieras, te dije, 都可以 dōu kěyǐ, es decir: todo puede ser, me vale todo. «Llámame como sea más fácil para ti. Ren ren también me gusta.»

Pues nada, en cuestión de una semana, Yan yan había pasado a ser Ren ren y ahora estudiaba en una de las aulas con mejores vistas de todo el edificio.

Estábamos en un piso alto desde el que veíamos las montañas y Taipei 101 sin tener que asomarnos. A ella le gustaba que en su clase siempre hubiera té y tazas para todos. Con ese autoservicio de té, la verdad es que yo ya me sentía como en casa. Todos los días empezaba mis clases de la misma manera: llegaba, dejaba mis cosas en mi sitio e iba a servirme mi taza de té.

Hoy quiero adelantarme al ritmo del blog para dedicarte especialmente este post, querida profesora, porque tu pasión por enseñar fue como un haz de luz en mi camino. Me gusta resumirlo así, poniendo esa imagen en mi mente. La pasión que desprendías me transmitió tanta fuerza que aún a día de hoy no sé cómo agradecértelo. Tu forma de enseñar me siguió insuflando las ganas que a veces el cansancio me arrebataba y no sé cómo lo hiciste, pero contigo siempre sentí esa poderosa sensación de que conseguiría los objetivos que me había marcado.

Fuiste ese tipo de persona que transmite luz y no lo sabe. Y si lo sabes, mejor, porque te lo aseguro, esa luz tuya viaja lejos. En mí calaste hondo, y sólo puedo desear que ojalá haya más profesoras como tú en la vida de más alumnos.

Hay algo en lo que, para mí, marcabas diferencia y era justamente en la pasión que tenías por lo que hacías. Esa pasión que te movía a enseñar chino como nadie que haya conocido, esa pasión que te irradiaba, esa luz que nunca se te apagaba y que te hacía apoyar cada uno de nuestros pequeños progresos sin juicio y sin prisa.

Gracias a eso me diste alas, me diste fuerzas para seguir perseverando y me hiciste confiar en que podía hacerlo. Siempre me hiciste sentir que podía llegar al nivel que me propusiera, lo hiciste con cada uno de tus alumnos. Y sigo agradecida de que personas como tú continúen apareciendo en mi camino, personas que confían en los resultados de un recorrido, personas que te saben acompañar con paciencia, personas que te inspiran a confiar en ti y que te ponen una mano invisible detrás para empujarte a seguir adelante por mucho que te equivoques.

Es verdad que a ella le encantaba que nos dejáramos la piel en cada una de las clases, pero sabía agradecer el esfuerzo que nos pedía. Lo que más me gustaba de ella era, no sólo lo mucho que valoraba el esfuerzo, sino sobre todo la forma en que le preocupaba que lo supieras. Ella quería asegurarse de que supieras que te agradecía tu esfuerzo, quería ser esa voz que quiere que lo oigas bien alto y claro.

De verdad, te agradezco tantas cosas… Te agradezco lo bien que sabías hacer sentir a los demás sin perder tu sentido del humor, lo bien que se te daba destacar lo que querías potenciar de cada uno de nosotros y, no menos importante, lo asertiva que eras cuando hacía falta.

Te agradezco tu pasión, tu generosidad y tu incansable forma de ver en qué lado de la moneda hay que apoyarse siempre.

Y a pesar de los días malos, que por supuesto, siempre los hay, intento ser de esas personas que aún no se cansa de pensar que en la vida hay que aferrarse al apasionarse por las cosas, por los procesos que no son inmediatos y por lo que creemos que podemos llegar a construir. Piedra a piedra, paso a paso, o miga a miga como hicieron Hansel y Gretel.

A mí me gusta confiar en que los procesos siempre dan sus frutos porque pensar así me da fuerzas y porque pienso que sin esa ilusión por ellos no habría cimiento que aguantase nuestras infraestructuras mentales…

Gracias por dejarte atravesar por esa pasión y compartirla con tus alumnos, 周老师. Con tu forma de ser y de enseñar me dejaste huella.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © JOHN TOWNER)

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