Un extraño amor por el plástico

Un extraño amor por el plástico

Después de un par de meses recorriendo diferentes calles y barrios de Taipei, volví a encontrarme con algo que ya había visto antes en China continental. Mis ojos ya habían visto el suficiente plástico en sitios dónde tenía que controlarme para no quitarlo como para no dejar de hacerme esta pregunta:

¿Por qué no quitan el plástico del envoltorio a las cosas?

En mi memoria ya existía una carpeta dedicada a todo el plástico absurdo que vi en no pocos sitios. Por supuesto no fue en todos, por suerte, pero recuerdo ver patas de sillas, mangos de paraguas, asas de mochilas, cuadros de bicicleta, marcos de televisión y hasta baldas de madera instaladas y taladradas aún envueltas en su plástico original.

Un plástico pensado para ser retirado nada más adquirir el objeto seguía allí, siendo adorado y persistente. Y yo mientras, luchaba por entenderlo y por intentar buscar una razón lógica: «bueno, quizás no lo quitan para que no se ensucie tan rápido el objeto». «O para que no se estropee», «o para que no haya que limpiarlo», «o para que siga pareciendo nuevo». «O para que…»

«¿Para qué cuernos sigue ahí ese plástico? Lo confieso, cada vez que veía uno de esos plásticos me daba un TOC repentino y me acechaban peligrosamente los impulsos de acercarme a arrancar de un tirón cada plástico incomprensible que veía.

Mi nueva habitación no era una excepción y aunque era nueva para mí, yo no era la primera inquilina, así que seguía sin haber una razón que me pareciera lo suficientemente justificable para encontrar plástico aún pegado a algo.

El plástico que recorría todo el marco de la televisión que había en mi habitación lo dejé pasar por alto, aunque reconozco que intenté quitarlo. Pero dije: «bueno, no me molesta tanto, mejor lo dejo, no sea que al casero no le haga ninguna gracia y luego se le ocurra descontármelo de la fianza. Sigamos inspeccionando, seguro que no hay más plástico que ese…»

«A ver, voy a enchufar la kettle…» ¡Oh, sorpresa! El plástico que encontré pegado en el enchufe quería darme una bienvenida calurosa. «Oh no, ni hablar amigo mío, esto no se va a quedar así. No te vas a quedar en mi enchufe de los próximos meses.»

«¡Ras! ¡Hasta la vista, plastiquete infernal!» La Marie Kondo interior que llevo dentro, la que, en parte me había hecho mudarme de casa, también me había hecho arrancar ese plástico sin pensármelo dos veces.

Y qué bien me sentí, arrancar el plástico del enchufe fue como una concesión por todos los plásticos que vi por la calle y que no pude quitar. Sentí como si con él hubiera podido quitar todos los plásticos absurdos que recordaba haber visto hasta ese momento.

Y aunque puedo aguantar cualquier choque cultural y en gran parte me gusta mucho vivirlos, este extraño amor por el plástico que ni entiendo ni comparto, no pasa la valla que saltaría.

Pero bueno, menos mal que es así, porque el mundo tendría menos gracia si cada uno no tuviera sus cadaunadas, como bien decía Unamuno.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © Charles Deluvio)

Back to Top