Sociedad kě’ài

Sociedad kě’ài

Hoy toca hablar de qué rayos significa kě’ài 可愛 y de la relación que tiene esta palabra con Taiwán. ¿Qué es eso de kě’ài? Vale, empecemos por el principio: su traducción.

Kě’ài se podría traducir como «adorable», «tierno». Es básicamente lo que entendemos por cute en inglés.

Ya desde que pisé la isla empecé a acumular montones de ejemplos donde vi cómo se manifestaba esta palabra. No hablo sólo de la ternura plasmada en el diseño de objetos que se podían comprar, sino de un fenómeno social.

OhBear 喔熊, la mascota oficial de Formosa, encabezaba la lista de la ternura. Me encontré a este oso negro tan querido promocionando el turismo de la isla en multitud de carteles, en los reposa cabezas de los asientos de los trenes y por supuesto, también celebrando el Día Nacional de Taiwán, en el desfile de carrozas, cada cual más kě’ài.

No sólo encontraba esa ternura tangible en forma de llaveros, fundas de móviles y todo tipo de accesorios de moda, sino que también la descubría en los propios taiwaneses: en su forma de comunicarse y de actuar. Esa era la ternura intangible de la gente de Taiwán con la que me di cuenta de que estaba ante una sociedad que mayoritariamente se retrataba y se identificaba con ese concepto kě’ài.

«¿Dónde no hay algo kě’ài en esta isla?» me preguntaba yo. Los emoticonos con los que nos comunicábamos eran kě’ài y no había forma de huir de ellos, no había conversaciones donde no apareciera uno.

El kě’ài no se quedaba sólo en los juguetes para niños, ni en los llaveros, ni en las mochilas, ni en los bolsos, ni en los cientos de diseños de las easycard, ni en las fundas para móviles, ni en la forma de posar de las chicas jóvenes cuando les iban a hacer una foto. Todo esto iba más allá de lo material y de la apariencia de un simple «posa para la foto».

«Lo adorable» no se quedaba sólo en el sexo femenino de determinado rango de edad, qué va. Me impactaba ver cómo llegaba también a hombres de todas las edades y a personas que ya habían pasado de largo su adolescencia. Igual que el vaso de bubble tea, esa palabra que se convertía en un estilo de vida y de comunicación, llegaba a todo el mundo en la isla, aunque no a todos por igual, como bien explica el manifiesto anti Ke-ai.

Y yo, que había cruzado de Occidente a Oriente, quisiera o no, como residente de Taiwán ya me había convertido en un diente más de ese ajo. Todavía me acuerdo de cuando salí de la oficina del banco en el que abrí una cuenta, con mi nueva tarjeta en la mano. La miré y justo ahí me di cuenta de que no me iba a escapar del fenómeno kě’ài. Quisiera o no, mi tarjeta del banco ya era kě’ài, tenía impresa una viñeta de una fila de palomas bastante adorables vestidas de diferentes agentes de la Autoridad. Yo ni siquiera la había elegido, era la que me habían dado, pero me cacé a mi misma diciéndome: «qué cuca, la verdad es que me encanta.»

«Muy bien, pues ya has caído en la red del ajo tierno» me decía Pepito. «No te pases de kě’ài, que a ver quién te aguanta tan cursilonga…»

Cada día que pasaba me preguntaba si todo aquello me parecía más bien cursi, más bien infantil o más bien amigable, o si las tres cosas a la vez. Me preguntaba si todo aquello me parecía demasiado ñoño o si en parte había algo que me gustaba. Me preguntaba si toda esa amabilidad que me había cautivado de los taiwaneses tenía que ver con esta cultura de lo adorable y si toda esta nube de lo kě’ài había calado en su forma de ser y de tratar a los demás.

Cuando me mudé apareció en mi camino una de las mayores expresiones del kě’ài disfrazada de Hello Kitty en los deshumidificadores de las zonas comunes de mi casa. «¿En serio? Bueno, esto ya es pasarse.» «Cuidado, que me están entrando las mismas ansias que de quitar plástico…»

«Bueno, venga, que esas Hello Kitty están aquí para deshumidificar, deja a las pobres hacer su función…»

En fin, lo que tenía claro es que todo este kě’ài de los posados de las fotos y todo lo que se vendía bajo este estilo, a veces de un ñoño pasado de la raya, no me atraía demasiado, pero reconozco que había algo en la forma de comunicarse que me gustaba y me hacía sentir bien.

El uso de los iconos de la cultura popular y las viñetas de animales en los mensajes de las Autoridades me parecía simplemente genial y divertido. Siempre que veía ese tipo de carteles, no había ni una sola vez que no me sacaran una sonrisa, y tengo que decir que sí, que el mensaje me llegaba de otra manera con aquellos portavoces tan kě’ài.

La empatía, la tolerancia, el respeto, el orden y las normas que aquellos carteles querían que todos nosotros cumpliéramos no se pedían en mayúsculas ni con tono autoritario. Todo eso no hacía falta porque ya te lo hacían entender de forma afable, positiva y amistosa. Supongo que si el mensaje funcionaba para mí, también lo hacía para el resto de millones de cabezas más que vivían en la isla…

De la cultura kě’ài no me quedo con la infantilización de la que tanto se habla, me quedo con esa forma de hacer llegar mensajes desde un lugar positivo y alegre, desde un lugar desde el que apetece recibir y que, inevitablemente, reconforta.

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