Sí, llamé al casero

Sí, llamé al casero

Después de ver el piso, mi cabeza no podía dejar de pensar en la decisión que tenía que tomar, en qué hacer o qué decidir, aunque a día de hoy y mientras lo recuerdo, sé que lo tenía clarísimo.

Llegué a la cafetería donde estaban mis padres y tras contarles mis impresiones, hice un recorrido mental por todos los pisos que ya había visto y la decepción que me había llevado con muchos de ellos y comparé muchas cosas que había sentido diferente con este piso. Después de hacer un balance exprés de pros y contras y sobre todo, tras consultar con mi intuición, y verla bastante convencida, pensé: «Vale, tengo que llamar al casero».

Le llamé y le dije lo que quizás él estaba deseando oír como casero, un de «sí, me quedo con la habitación». O quizás lo que yo misma también estaba deseando oírme decir, un de «sí, me voy de allí».

Creo que no puedo describir la liberación que sentí después de esa llamada. Esa llamada que no sólo era una llamada, eran muchas otras cosas importantes para mí. Era la metáfora de quitarme esos guantes y levantar las manos que estaban sudando para aplaudirme a mí misma, era la batalla ganada contra la frustración y la desesperación. Era demostrarme a mí misma que lo había conseguido, aún con obstáculos, había aguantado y batallado al mismo tiempo y esa llamada era el de «sí, has podido», era el de Pepito, el de «sí, claro, pero si ya te lo dije».

La llamada que hizo evidente muchas cosas, entre ellas que, Pepito nunca dejara que me rindiera porque, él, subido a mis hombros, él sabía lo que venía de frente y que yo aún no veía. En estos momentos es cuando sé lo importante que es tener a un Pepito que lucha contigo, que coge las riendas cuando tú las quieres tirar, que recoge todas las fuerzas que a veces se te caen de los bolsillos y las vuelve a meter sin que te des cuenta. Lo importante que es cuando saca otra de sus facetas y se convierte en costurero y, discreto y en silencio saca su aguja para rematar con unos cuantos pespuntes tus bolsillos para que nada se vuelve a salir de ahí sin que él lo vea.

Fue una simple llamada, la llamada que me hizo volver a llenar el vaso que se había colmado, la llamada del «sí, quiero». Sí quiero quedarme con la habitación, sí quiero dejar de perder energía, sí quiero empezar otra vez con las mismas ganas, sí quiero no darle importancia y recomenzar. Sí quiero mudarme.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © Sandra Seitamaa)

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