Volvemos a colarnos entre los bastidores de Halfasianpía para hablar de algo que si se pudiera coleccionar, lo haría: las historias.
Por todo el mundo hay historias que contar, miles de millones de ellas. Todas ellas con mucho que decir, con mucho donde aprender. Y qué pena siento cuando pienso en cuántos millones de grandes historias se pierden porque no se cuentan, porque no se escriben y porque se guardan demasiado dentro hasta que se hacen ovillo y ruedan lejos hasta que se dejan de ver.
Yo no quería que pasase eso con la mía, por eso la escribo, por eso estás leyéndola. No es ni más ni menos especial que cualquier otra, pero es mía, y eso es lo que la vuelve única. Tan única como todas y cada una de las historias que vivimos cada uno de nosotros.
Siempre he pensado que somos lo que nos pasa y sobre todo, lo que hacemos con lo que nos pasa. No hay nada que crea que nos defina más que nuestras propias historias.
Para mi forma de ver las cosas, las historias, sean como sean, son bonitas. Son bonitas con sus más y con sus menos, son bonitas tal cual porque te retratan, te enseñan y te moldean hacia donde tú quieras que te moldeen. Con ellas puedes hacer lo que prefieras, puedes hacer que te sirvan de algo y escalar sobre ellas para esculpir una mejor versión de ti. O por lo menos, eso es lo que yo siempre busco en ellas.
Si hay algo que me encanta de las historias es la forma en que te facetan y crean más vetas entreveradas en tu piel, la forma en la que suman en tu vida y la manera en la que buscas que te pesen más o menos en la mochila.
Así que, con este blog, lo que siempre he querido es que haya una historia menos que caiga en el olvido.
Porque os adoro y sois mis maestras de vida, esto va por vosotras, historias.
*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © S O C I A L . C U T)