Ya llega Mitag…

Ya llega Mitag…

Final de septiembre, llegaba el tifón Mitag y Taiwán se preparaba. Nos preparábamos todos. Yo me preparaba para vivir mi primer tifón. Otro nuevo hábito que, desde luego viviendo en esta isla, también venía para quedarse.

Pero para ser hábito siempre tiene que haber una primera vez y era ahora. ¿Qué me podía esperar? ¿Iba a temblar el suelo? ¿Me iba a despertar en mitad de la noche?

El aviso de que el ciclón venía de visita llevaba días en el aire, se acercaba desde Filipinas y la costa este de Taiwán estaba en alerta.

Ante la incertidumbre que me provocaba mi primer tifón yo lo seguía de cerca, creo que nunca había estado tan pendiente y enganchada a la actualización de las imágenes de satélite como en ese momento.

Según las previsiones, se esperaba el mayor impacto la tarde y noche del último día de septiembre. Era lunes, lunes 30 de septiembre. Último día del mes, un fin de mes típicamente tropical.

Mitag nos guardó a todos bajo techo, el gobierno anuló las clases y el trabajo para que todo el mundo estuviera fuera de su paso. Esa tarde me acuerdo de cómo empezó a oscurecerse la ciudad y el cielo empezó a vestirse con ese color amenazante, ese gris profundo y borroso que me dejaba a medio vuelco de corazón sin saber qué iba a pasar.

Una catástrofe natural a punto de causar estragos y yo no sentía miedo. Sentía algo de inquietud pero creo que sentía más bien una curiosidad enorme por vivir su llegada en una ciudad más que preparada y acostumbrada a otros que como él habían pasado antes por aquí.

La experiencia acumulada que tenía Taiwán a sus espaldas se notaba y se respiraba. La organización, la calma y la preparación que tenía la isla me hizo vivir esto con mucha tranquilidad aún sin saber qué iba a pasar.

Esa tarde me quedé en casa y aproveché para sacar sobre mi cama todos los menús que había ido recopilando de los sitios donde ya había comido para empezar a traducirlos, para conocer más caracteres y descubrir platos que hasta ahora no sabía cómo decir.

Mientras mi cama se llenaba de menús subrayados con rotuladores fluorescentes y anotaciones en los márgenes, más fuerte llovía, más se cerraba el cielo, más mi inquietud saltaba para hacerse grande. ¿Qué pasará? Fueron horas extrañas, diferentes, a la espera de no se sabe qué.

Esa noche yo dormí como un lirón, mentiría si dijera que noté algo porque la verdad es que no, pero al día siguiente vi algunos de los estragos en el barrio de la Universidad. Árboles partidos, el río enturbiado. Tuvimos suerte de que Mitag no tocara tierra y sólo nos rozara su periferia.

Así pasó de largo, siguió por el sur de Corea, camino de Japón.

De lo que sí me acuerdo fue de levantarme al día siguiente y empezar octubre con 30 grados y la absoluta vuelta a la normalidad. Y me pregunté: ¿Aquí ha pasado algo o lo he soñado?

Después de aquello comprendí por qué los taiwaneses viven los tifones de la forma en que los viven. Mitag era simplemente un tifón más de los muchos que habría en sus vidas, aunque para mí fuera el primero.

*A mi también me encanta la foto de hoy pero esta no es mía. (Photo by © Frank de Kock)

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