¿Qué echaba de menos?

¿Qué echaba de menos?

Cuando dejas lejos tu hogar, tus rutinas y los hábitos que tenías a miles de kilómetros y te rodeas de otro ambiente, de otras costumbres y de otra cultura, hay cosas que, poco a poco empiezas a echar de menos. Hay cosas que eché de menos porque las daba por sentadas y de repente me di cuenta de que allí no las podía tener.

No lo puedo negar, había una cosa que por aquél entonces estaba echando muchísimo de menos y era, cocinar. Ya lo he contado, pero para mí la cocina es esencial, me hace sencillamente feliz estar en modo Ratatouille y no lo puedo evitar. Cuando no puedes hacer algo que te llena de vida, lo echas de menos porque así lo sientes, porque empiezas a notar el peso que eso te aliviaba. Te falta algo, como si se le hubiera caído ese trozo de corteza a tu árbol que ya plantaste hace años en tu jardín imaginario. Yo echaba mucho de menos cocinar y echaba muchísimo de menos nuestro aceite de oliva virgen extra, nuestro oro líquido. Nuestro aceite deja huella y eso es algo que sabes cuando no lo tienes en tu aceitera, y se nota. ¡Se nota mucho!

A estas alturas también estaba echando mucho de menos el pan. Una buena rebanada de un buen pan. ¿Qué le pasaba al pan en Taiwán? No conseguía encontrar un pan que no me supiera dulce, que no me pareciera más un bizcocho que un pan. Suerte que comprobé que no sólo era impresión mía, mis compañeros me decían lo mismo.

Echaba de menos más papeleras por las calles, porque echaba de menos no tener que llenarme los bolsillos con cosas de las que ya habría querido deshacerme hace tiempo. Aún a día de hoy sigo sin entender por qué escaseaban. Echaba de menos mi casa, con todas sus pequeñas cosas que la hacían hogareña y especial para mí. Echaba de menos llegar a casa y compartir conversaciones sobre cosas cotidianas. También echaba muchísimo de menos encontrar con quién tener conversaciones que fluyeran con confianza sobre momentos vitales, porque echaba de menos esa conexión tan bonita que se forma cuando hablas desde un lugar profundamente honesto sin que sea forzado ni mucho menos, incómodo. Pero aunque, ni el aceite, ni el pan volverían pronto, esas conversaciones sí. Nuevas personas con las que crucé camino me hicieron tener conversaciones verdaderamente bonitas que aún me guardo con mucho aprecio.

A la vez que echaba de menos, también aprendía a disfrutar de otras cosas nuevas, de otros hábitos y de otras formas de hacer, vivir y pensar.

Y curiosamente, necesitaba tanto estar a solas conmigo misma en esta experiencia, que aunque no echaba tanto en falta físicamente a todas las personas que sabía que estarían allí cuando volviese, sí que echaba de menos poder contarles todo lo que estaba viviendo, poder compartirlo con ellos. Pero, sabía que lo podría hacer a la vuelta, sabía que habría tiempo para eso a la vuelta, así que preferí vivir mi vida allí a pleno pulmón abierto, disfrutando de cada bocanada de aire que me renovaba completamente.

Fuera y lejos de tu círculo, aprendes a disfrutar de lo mucho que te da abrir la perspectiva y darle una patada a la rigidez. Comienzas a disfrutar mucho de alejarte poco a poco de la rigidez de pensar siempre igual, de la rigidez de hacer siempre de la misma forma las cosas, y de la rigidez de no respetar todas las versiones que pueden existir de vivir una vida. Aprendes a probar nuevos puntos de vista y nuevas perspectivas.

Aprendes a adoptarlas y a hacerlas un poco más tuyas para que te sirvan cómo tú quieres que te sirvan, y eso para mí, es, simplemente: riqueza mental.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © Alvin Engler)

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