Pasión por los mercados

Pasión por los mercados

Voy a confesar aquí y ahora que me encanta pasearme por los mercados, y en Taipei no iba a ser menos, no había mercado que no me cruzara al que no entrara a mirar. «Anda, pero si aquí hay un mercado, voy a investigar…» Esa era yo a cada mercado que encontraba a mi paso.

Me encantan los mercados por su energía, porque me encanta ver sus frutas y sus verduras a granel, porque me gusta fijarme en qué tipo de personas van a comprar allí y porque me parece genial asistir al tipo de relaciones que se entablan durante diez minutos de compra en un puesto entre el tendero y el que se lleva las bolsas llenas de comida.

No sé qué tienen pero desde pequeña siempre me han gustado mucho y cuando viajo me encanta ir a curiosearlos, no puedo evitarlo. Para mí, los mercados son una forma más de conocer la cultura de un país y llevarme una foto más completa y auténtica del lugar del mundo en el que estoy.

Me encanta comprar en los mercados, pero también me encanta no comprar y simplemente coger la cámara y disfrutar de lo fotogénicos que son.

En los mercados de Taipei descubrí algunas de sus verduras locales que aún no conocía, vi por todas partes sus jengibres, su variedad de infusiones y tés, sus coleteos de peces aún vivos, sus botes de cristal con cortezas de mandarina secas y otros tantos productos que dejan que pierdan su agua al sol y sus cientos de cosas que no se ven en mercados de Occidente.

Y aunque me repita, tengo que decir que los mercados tienen ese no sé qué, ese que sé yo que me fascina. Tienen ese ambiente y esa vida que nunca encontré en el supermercado que estaba más cerca de mi casa.

La verdad es que tuve mucha suerte con mi nuevo barrio, justo antes de llegar a mi portal pasaba por mitad de un pequeño mercado que me alegraba todos los días y en el que solía comprar jengibre para mis infusiones. También encontré un puestecito de una señora que preparaba guàbāo para llevar y cuando se me hacía tardísimo de vuelta a casa y no había cenado, ella siempre estaba allí.

Mirando quién más había por allí, también conocí a las chicas de un puestecito muy kě’ài especializadas en postres típicos que, con paciencia, me explicaban cómo estaba hecho cada uno. Poco a poco acabé probándolos todos y se construyó esa relación tan bonita con ellas que, confieso que todavía echo de menos saludarlas al pasar por delante de su puesto de camino a casa.

*Foto propia. (Photo by © Halfasanpía)

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