你好臺北 / Nǐ hǎo Táiběi

你好臺北 / Nǐ hǎo Táiběi

Bueno, pues después de haber estado pesando, sacando cosas, cerrando y pesando otra vez las maletas el día anterior, hoy ya iba a dormir lejos de mi cama. Muy, muy lejos y con la hora cambiada. Es increíble lo rápido que se borraron del mapa diez mil kilómetros en cuestión de horas.

Con la ansiedad de que no se me escapara nada, hacía semanas que yo ya tenía escrita mi lista de cosas que zanjar los primeros días. Lo primero: conseguir la easycard, esa tarjeta monedero que no puede faltar en la vida de ningún taiwanés. Lo segundo: cambiar euros por dólares taiwaneses. Lo tercero: comprar la nueva SIM para el móvil. Lo cuarto: ir a la oficina de Inmigración a tramitar mi permiso de residencia. Que por cierto, qué sitio más curioso. Había unas mesas a la entrada en las que podías sentarte a terminar de cumplimentar los formularios que de repente me recordaron a un especie de salón social, sólo me faltaron los señores jugando a las damas chinas. Parecerá una tontería, pero desde ese momento me recorrió una sensación de ternura y buen recibimiento. Estaba claro que si esas mesas tenían tapete debajo del cristal nada podía salir mal. Me transportaba a la ternura de la casa de mi abuela, a lo triste que se quedó cuando se despidió de mí. Estaba claro, con tapete nada podía ir mal.

Seguimos con la lista. Quinta cosa: quedar para ver el piso que había buscado desde aquí y conocer a los que iban a ser mis nuevos compañeros. Lo sexto: prepararme mentalmente para las pruebas de chino. Serán en chino tradicional… Dios mío, ¿entenderé algo? Venga, calma, no adelantes.

Así fue cómo las gestiones de la primera semana se juntaron con ir familiarizándome con la que sería mi ciudad en los próximos meses. Esa euforia de verme en otro lugar, de sentir que se abre una nueva etapa y ese deseo de desafiarme en lo desconocido me llenaba de energía. Empujarme a mí misma fuera de mi zona de confort es una de las cosas que mi Pepito Grillo siempre habla conmigo y que yo me empeño en hacer.

«Tienes miedos pero eres valiente», me decía mi Pepito Grillo. «Concédete tener miedo a no hacer siempre lo mismo, eso es bueno.» «Vale Pepito, como siempre, yo hago caso a todo lo que me susurras.»

Retarme, confiar y apostar en mí, esos eran mis A, B y C que me repetía como un mantra. Así empezaba esta etapa que abre muchas barreras y va aplastando miedos.

Por cierto: Nǐ hǎo Taipei, ¡Ya he llegado!

*Sigo tirando de archivo propio 🙂 (Photo by © Halfasianpía)

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