Mudanza en un día

Mudanza en un día

Después de aquella llamada de viernes, llegó el sábado de volvernos a ver. Llegó la mañana del sábado de firmar el nuevo contrato, de la entrega de llaves, de sentirme a gusto de nuevo. El sábado de exhalar de alivio y alegría sentada sobre mi nueva cama.

Pepito estaba viendo esto desde su asiento preferente, allí, otra vez, en lo alto de su trono, como siempre. Seguía allí para recordarme cosas, para decirme lo que quería escuchar y lo que no, para aplaudirme y para abroncarme. Pero, a fin de cuentas, para eso estaba allí, para apoyarme desde cualquiera de los dos polos de la pila. «Enhorabuena, ya está, ya hemos encontrado el esqueleto de tu hogar, vamos a darle forma, vamos a convertirlo en un sitio al que querer volver, esta vez de verdad.»

La mudanza fue rápida, tan rápida como abrir las maletas sobre la cama y llenarlas a toda prisa, la misma prisa que tenía de salir de allí y de volver a abrirlas sobre mi nueva cama. Con esa prisa de cuando no estás cómoda y lo sabes, con esa prisa de cuando anhelas sentirte bien en tu casa. Esas prisas fueron las que me hicieron las maletas sin que yo casi me diera cuenta, las que vaciaron los cajones, las que me estaban haciendo vibrar por dentro ante una nueva oportunidad de encontrar mi sitio.

Un taxi con el maletero lleno y con una versión de mí recargada de energía iba a recorrer siete kilómetros por la zona sureste de Taipei, dirección más sur aún, hacia mi hogar, hacia un montón de cosas que yo no sabía aún el poso que me iban a dejar, pero que no sé por qué las intuía. Intuía que lo mejor estaba por llegar.

Me acuerdo tanto de cuando puse mi maleta sobre mi nueva cama y la abrí, cuando se me relajaron los músculos, cuando me desprendí de lo que me estaba absorbiendo la energía día a día. Fue como quitarse un abrigo con 30 grados húmedos, no sabes muy bien por qué lo estabas aguantando puesto. Como cuando te liberas al quitarte algo que no necesitabas cargar y sientes la brisa de la nueva ventana abierta recorriendo tu espalda.

Sentada en mi cama pensé en lo absurdo que habría sido dejarme consumir sin actuar en mi cama de hace dos noches. Pero no, no pensaba dejarme consumir por aquello, y ese fue el motor que no dejé de arrancar ni un sólo día hasta que encontré mi sitio.

Reconozco que todo lo que hubo antes de estar sentada en esa cama fueron días difíciles para mí, pero sabía que la toalla no tenía que resbalar, sabía que de aquél ring saldría sudando pero con la victoria, y algo me decía que no debía dejar de apostar por el sí a ese cambio. Fue ese mismo algo el que se cogió fuerte de mi brazo y me hizo no dejar de pensar en positivo para llenar ese vaso que no pudo aguantar más agua y se colmó, el que me hizo volver a llenarlo lentamente y cargarlo de burbujitas esperanzadoras, de las pequeñas que de pronto salen a borbotones, de las que buscan y hacen su hueco.

Encima de mi nueva mesa puse a mi inseparable kettle, fiel hervidora de todos mis tés, a mis plantitas, compañeras fieles de aventura, y a mi lámpara de papel que me daba esa luz de ambiente sin la que no puedo estar para sentirme a gusto por las noches. Todo estaba listo para otra nueva oportunidad de crear hogar, ahora de verdad.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía. (Photo by © Nathan Dumlao)

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