Cumpliendo una semana

Cumpliendo una semana

Dije que era clima tropical, así que llegando en pleno fin de agosto, un buen bofetón de calor húmedo para aclimatarse bien. La chica calurosa se iba a tener que acostumbrar sí o sí. Y así fue. Sudaba y sonreía como si no estuviera odiando esa humedad a la que no conseguía dar esquinazo. «Pues no sé, quizás haya que empezar a pensar como ellos, quizás lo de la toallita colgada de la mochila, el ventiladorcito de mano o el paraguas abierto de par en par puede ser útil, además de gracioso…»

Esta primera semana fue la semana de muchas cosas, de descubrir y aceptar, de empezar a guardar hábitos diferentes. De cuando saqué mi chino a pasear por las calles de Taipei dándole una patada al miedo a equivocarme y a la incertidumbre de saber si estaba usando el tono correcto. «Hum, ¿esto era tercer o cuarto tono? Mira, al cuerno, tono neutro, y si fallas te ríes, que es muy útil para liberar tensiones.»

Fue la semana de ilusionarme viendo que me entendían y la de desilusionarme igual de rápido viendo que yo no entendía bien todo lo que me respondían de vuelta. «Tú no te desanimes, esto ya sabías que iba a pasar. Además, es la primera semana, tranquila.»

Fue la semana de mi primer cara a cara con los menús de los restaurantes que me parecían quinielas indescifrables y frustrantes, llenas de caracteres tradicionales que aún no sabía leer. Fue cuando, efectivamente, me di cuenta de que iba a poder pedirle poca ayuda al inglés en situaciones extremas. «No importa, ¿no te gustan los retos? Pues a por él.»

La semana de cambiar el chip, de empezar a entender que no me quedaba otra que cambiar los caracteres simplificados que sabía por los tradicionales, la semana de descubrir lo bonitos que eran los dibujos de los billetes de los dólares taiwaneses. La semana en la que me di cuenta de que el olor a tofu apestoso [ chòu dòufu 臭豆腐 ] era parte de la identidad de Taiwán, olor del cual no consigues escaparte ni desde por la mañana temprano.

La semana de visitar los templos y de que el olor de sus inciensos cargados de cientos de deseos ardiendo impregnara mi ropa, la semana de no dejar de oír [ bù hǎoyìsi 不好意思 ], la frase comodín que siempre tienen asomada a sus labios, la frase con la que disculparse en Taiwán y que aprendí a pronunciar igual de rápido que ellos.

La semana de descubrir que sin el 7-eleven no se puede vivir, pero eso os lo contaré más adelante. Esa semana en la que descubrí que no había suficientes papeleras en la calle y se me llenaron los bolsillos de cosas que no podía tirar hasta cuatro horas más tarde. La misma semana en la que también me llevé la alegría de descubrir que todas las estaciones de metro tenían baño público, y muy limpio. Y cuando empecé a seguir sus normas: formar una cola ordenada para subir al vagón de metro. Fueron los primeros 7 días de no saber qué tipo de bubble tea [ zhēnzhū nǎichá 珍珠奶茶 ] quería probar primero. No os preocupéis, que esto merece un post único y ya os hablaré de ellos.

La primera semana de calor insoportable pegado a la piel y la de los trámites resueltos. Uf, qué descanso, ya tenía piso, ya iba a ser residente de Taiwán, ya tenía mi plaza para seguir estudiando mandarín, ya sí que sí, ya no había vuelta atrás.

Una semana a diez mil kilómetros de mi rutina habitual y no me sentía muy extraña, quizás fue porque no tuve tanto choque cultural o porque mis raíces me pedían a gritos estar allí un tiempo o porque el querer cambiar te vuelve especialmente flexible a situaciones nuevas. Fuese lo que fuese aún me quedaba una semana para irme a descubrir esta isla antes de sumergirme de lleno en esto.

*Querido templo: Gracias por ponérmelo fácil y ser tan fotogénico. (Photo by © Halfasianpía)

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