Horas de biblioteca

Horas de biblioteca

Durante estos meses descubrí muchísimos rincones de Taipei que me guardo muy dentro pero también me pasé horas y horas estudiando intensamente. Las bibliotecas en Taiwán dan más de sí de lo que parece así que, ¿por qué no aprovechar para escribir sobre ellas?

Para mí una de las señas de identidad de las bibliotecas de la isla Formosa es su música de cierre, la que se oye por los altavoces cuando se acerca la hora de tener que volver a casa. Siempre sonaba una música tranquila, la que te avisaba pero no te molestaba. Hay algo que echo mucho de menos de los taiwaneses y tiene justo que ver con esto, con su forma de hacer las cosas, su forma de tratar y de dirigirse a las personas. Esa amabilidad tan suya a la que tan rápido me acostumbré, a la que tan, tan fácil me parece echar de menos.

Poco a poco acabé conociendo algunas bibliotecas públicas de mi céntrico distrito de Da’an y algunas otras que estaban un poco más allá. Ir probando bibliotecas era una cosa que me gustaba hacer porque me parecía que cada una tenía su encanto y me gustaba poder elegir una u otra según mi estado de ánimo. Cada una con su idiosincrasia, con su genio, con su personalidad. Según las probaba, más me parecía que cada una tenía su momento.

La foto de hoy es la Biblioteca Nacional, la que estaba delante del Memorial de Chiang Kai-shek. Me encantaba elegirla los días que sentía que después me vendría bien pasear por el Memorial o si había pensado en darme una vuelta por el centro más tarde. Esta era una opción que me gustaba mucho tener en cuenta, además era un espacio muy amplio y organizado que siempre me daba mucha energía nada más entrar.

Pero si era uno de esos días en los que necesitaba sentarme a ver un buen atardecer, despejarme con un paseo en bici y rodearme un poco de un entorno verde, siempre me quedaba con una de mis bibliotecas favoritas, la del campus de la National Taiwan University. Qué maravilla de campus, pasan los meses y no me olvido de él. Caminar por allí para mí era el placer de coger con una mano un puñado de cables y desconectarlos de un tirón para tener ese fundido en negro de repente. Me gustaba muchísimo coger la bicicleta por las tardes para ir a esa biblioteca con un encanto muy harrypotteriano y sentarme en esas mesas de madera maciza que me daban tanto gusto. Durante mis descansos me encantaba salir a sentarme en las escaleras de piedra y descansar la vista mirando hacia el final del paseo central repleto de palmeras mientras atardecía y el sol terminaba de pestañear entre las hojas de las palmeras. Era tanto lo que me gustaba ese momento que me faltaban segundos para abrir mi saco y guardarme esta nueva pepita de oro.

Había días, cuando se me echaba el tiempo encima y necesitaba concentrarme rápido sin irme demasiado lejos, en los que mi apuesta era una biblioteca que tenía cerca de casa, la de la National Taipei University of Education. Me gustaba bastante la idea de que con un paseo corto de diez minutos desde mi portal ya tenía un buen sitio en el que estudiar. De esta biblioteca me gustaba mucho que cada piso tenía diferentes tipos de mesas y diferentes ambientes y me encantaba poder elegir qué tipo de rincón me venía mejor ese día. La verdad es que acabé cogiendo bastante cariño a esta biblioteca y siendo sincera, me daba demasiado que pensar que me sintiera más cómoda allí que en mi propia casa al volver. Viéndome sentir esto, Pepito había tomado la delantera y había hecho espacio para enterrar la semilla del cambio bajo un puñado de tierra y la semilla iba a empezar a germinar. Eso iba a germinar más pronto que tarde y el verde no iba a tardar en asomarse…

Las bibliotecas fueron uno de los sitios donde comprobé la facilidad y la normalidad con la que los taiwaneses se duermen en cualquier parte. Me hacía mucha gracia con qué tranquilidad se echaban una cabezadita, está tan integrado en esta sociedad que quedarte sopa encima de tus libros pasaba como una conducta totalmente mundana y aceptada.

Como siempre pasa en las bibliotecas, me encanta cómo se puede encontrar todo el espectro de edades, esa mezcla genial de ancianos leyendo periódicos y revistas, niños haciendo deberes del colegio acompañados de sus padres que aprovechan para sentarse a hojear algún libro pendiente en sus listas mentales, universitarios preparando exámenes y aquellos en busca de más bibliografía.

Los días de biblioteca, prácticamente todos, eran agotadores pero reconozco que me encantaba la sensación de hacer mío cada rincón en el que me sentaba cada día a mejorar mis trazos.

*A mi también me encanta la foto de hoy, pero esta no es mía.

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