Esperar al camión de los helados

Esperar al camión de los helados

Ya he hablado con el domingo para pedirle que me perdone, que hoy no toca comida. Hoy toca algo que viene con ella, hoy toca el después de la comida, su envase, sus restos, el dónde se tira, el dónde se recicla. Hoy toca un paréntesis necesario en los foodie sundays, darle espacio a todo eso que importa tanto como comer sano y bien: el dónde y cómo se digiere la basura que generamos y también el cómo lo hacemos.

Así que dicho esto voy a sumergirme en el después de comer, un tema que cada vez me ocupa más espacio mental para poder quitarle a mi granito de arena algo más de microplástico.

Habían llegado para quedarse los horarios de la rutina y con ellos también los hábitos que empezaba a guardarme como una local más. Uno de ellos era bajar a tirar la basura. Con él abro aquí y ahora otra nueva categoría en la que contar cómo se hacen las cosas en la isla Formosa, como la llamaron los portugueses.

Voy a reconocer que antes de pisar Taiwán yo ya estaba deseando llegar para tirar la basura, tenía tanta curiosidad por vivir lo que me habían contado que la ilusión que estaba sintiendo me sorprendía hasta a mí misma. Estaba deseando saltarme la pantalla para conocer lo que había leído en los artículos a más de diez mil kilómetros de distancia de allí.

Sí, tirar la basura me hacía ilusión. «Estás fatal» me decía Pepito. «Ya, que le vamos a hacer, esta es la rareza a quien te ha tocado susurrarle al oído, ¡lo siento amigo!»

Así que antes de ver por primera vez cómo funcionaba el sistema de recogida de basura yo ya sabía lo que esperarme. Sabía que tenía que oír esa música como si llegara el camión de los helados para bajar ilusionada mi bolsa bien cerrada, exactamente igual que como cuando un niño al oír la melodía sabe que llega su polo favorito sobre esas cuatro ruedas. «Madre mía, ahora sí que me siento como el perro de Pavlov, me han condicionado con un estúpido estímulo neutro.»

«Bueno, no te engañes que tampoco estás tan condicionada, te recuerdo lo contenta que te pusiste cuando compraste un cubo compartimentado para poder organizar tus residuos…» «Cierto, maldito Pepito, no se te escapa una».

Me gustaba porque no sólo era tirar la basura, se había convertido también en algo muy social, en un encuentro en el que conocer a tus vecinos, hablar, preguntar. Sonaba la melodía y empezaban los cinco minutos más graciosos que recuerdo, cinco minutos de convertirnos en una procesión zombie llevando nuestros residuos maniatados antes de que el camión se fuera a su siguiente parada.

Llegaba el primer camión, el amarillo, el flautista de Hamelín que recogía la basura general, esas bolsas azules certificadas por el gobierno que teníamos que comprar en las convenience stores todas aquellas casas que no separábamos los residuos. Detrás llegaba el segundo camión, el blanco, el Sancho Panza que iba detrás de Don Quijote, el que recogía los restos orgánicos y los otros residuos que tocaran ese día: cartón, vidrio, pequeños enseres,…

Suerte que tuve a mi gran aliada, la genial app del camión de la basura que me recomendó un amigo taiwanés fue de gran ayuda. Me decía qué días de la semana se podía tirar qué residuos, el recorrido, sus horarios y me recordaba que miércoles y domingos el camión amarillo descansaba.

Sí otra vez a las rarezas. Lo tengo que decir, me encantaba la app del camión de la basura porque me parecía simplemente genial. Pero qué organización, qué maravilla que existiera esta app.

La isla Formosa ya me parecía bonita por muchas razones pero ahora además me gustaba ver cómo apostar por unas mejores prácticas de reciclaje y políticas de reducción de plástico le hacía lucir mucho más el vuelo de su falda. Aunque creo que al tema del después del bubble tea aún habría que darle alguna pequeña vuelta, con buenas prácticas todo se andará.

Y yo, que como a un gato cuando le acarician a contrapelo se me eriza la piel de ver lo orgánico mezclado con los envases, me dolía ver cómo la basura de mi piso compartido era exactamente eso: pisar el pedal y ver bajo la tapa los restos de la clara de huevo deslizándose por las botellas de plástico. Ver ese cubo de basura tan poco trillado me hacía oír bisagras invisibles chirriar y poco a poco sentía cómo se abría otra pequeña brecha de convivencia que me separaba los pies.

*A mi también me encanta la foto de hoy pero esta no es mía.

Back to Top