Chiang Kai-shek Memorial Hall

Chiang Kai-shek Memorial Hall

Hoy es un buen día para repescar categorías empezadas, volvamos a abrir los imperdibles.

Pero primero voy a contarte una cosa antes de que te enfades conmigo, domingo. De la comida se habla en domingo pero no todos los domingos se habla de comida, por eso hoy te toca hablar de imperdibles. Si tienes dudas, pregúntale al diagrama de Venn, que sabe de conjuntos.

El Salón Conmemorativo Nacional de Chiang Kai-shek 國立中正紀念堂 Guólì zhōngzhèng jìniàn táng es otro must de Taipei. Otro debe verse. O mejor dicho, otro debe vivirse.

Aunque quisiera acordarme, he perdido la cuenta de cuántas veces estuve allí. Es un lugar que da paz por su amplitud, por sus dimensiones, por sus jardines con lago y por sus colores. Por ese color blanco tan tranquilizador, tan imán de vibraciones bajitas.

Es un sitio tan arquitectónicamente imponente y precioso que creo que ver fotos ayuda pero se queda corto. No creo que nadie que haya estado aquí pudiera no estar de acuerdo en esto, es que hasta las papeleras eran bonitas.

El Memorial fue testigo de muchísimas últimas horas de mis tardes de estudio porque fueron montones de veces las que paseé por allí después de estudiar cuando la Biblioteca Nacional que estaba justo enfrente cerraba. Cuando terminaba mi sesión de cortocircuito por sobredosis de caracteres, recogía mis cosas, salía de la biblioteca y bajaba a ver lo bonito que estaba iluminado. Siempre me gusta ir explorando sitios para encontrar los que me dan espacio para bajar el bullicio mental.

Desde bien pequeña sé algo de mí, y es que, más que llenándome de ruido, yo cargo mis pilas con lo contrario. Cuando las encuentro, me gusta guardarme como si fueran pepitas de oro, todas las cosas que me ayudan a poner en pausa mi bla bla bla interior. Venir aquí era una de esas pepitas.

Es un sitio que he visitado mucho porque sabía que pronto iba a dejar de tenerlo tan cerca. Me gustaba disfrutarlo de día y dárselo a conocer a mi querida e inseparable amiga analógica como aquél día que hice esta foto.

Según escribo esto, me recorren fotogramas de todas las veces que he estado aquí y con quién. Me acuerdo de venir a ver las carrozas que desfilaron por el Día Nacional, el Double Tenth Day como lo llaman ellos, el 10 de octubre, y que estuvieron aparcadas aquí muchos días. También me acuerdo de coincidir sin saberlo con la celebración del festival de la cultura Hakka o de venir para ver la última exposición que vi antes de dejar Taiwán, la de Ukiyo-e, que me dio la oportunidad de ver en vivo la famosa gran ola de Kanagawa que pintó Hokusai, por cierto, mucho más pequeña de lo que siempre me había imaginado.

También recuerdo la carpa de venta de libros que había en uno de los laterales del Memorial y del libro que dejó de estar allí entre los demás, el que se metió en mi maleta, cogió un avión y ahora está en mi estantería.

Me acuerdo de la enorme estatua de bronce de Chiang Kai-shek allí sentada en el interior del Memorial, de la expresión de su cara y también de ver varias veces el cambio de la Guardia de Honor que la acompañaba.

Las veces que vi el cambio de Guardia siempre me recorría el mismo pensamiento. ¿Qué pasará por la cabeza de ese chico tan joven, haciendo de Guardia de Honor, allí inmóvil sobre ese pedestal, vestido de blanco, impoluto, tan fotografiado, tan anestesiado? Sólo podía pensar en eso mientras les miraba. ¿Cómo aguanta esa hora hasta que le releven sin mover un milímetro el pie, sin poder suspirar? Esas fueron las típicas preguntas que me habría encantado hacerle pero que sólo hice para mí.

Por lo menos la Guardia siempre la hacían dos, uno a cada lado de la gigantesca estatua. Ella tenía suerte de estar sentada, no podía perder el equilibrio mientras cientos de ojos la miraban como si no tuviera vida.

*A mi también me encanta el mosaico de fotos de hoy, pero estas no son mías.  La de la portada sí es propia (Photo by © Halfasianpía)

Back to Top