陽明山 Yángmíngshān

陽明山 Yángmíngshān

Hoy toca hablar de 陽明山國家公園 Yángmíngshān guójiā gōngyuán o lo que es lo mismo y traducido literalmente: el Parque Nacional de Yangmingshan.

De entre todas las razones por las que decidí ir a Taiwán hay una que tiene que ver con este post y es que esta isla es un destino perfecto para los que necesitamos tener verde en nuestra vida.

Sí, antes de aterrizar a este lado del mundo yo ya sabía que esta isla tiene dentro de sus límites ocho grandes pulmones, ocho grandes Parques Nacionales en los que podía oxigenarme cuando sentía que el aire que respiraba ya estaba muy viciado. Llegué a Taipei enamorada de saber que tenía uno de los ocho cerca de mí, muy cerca.

Me encantaba que Yangmingshan fuese tan fácil de acceder con transporte público y saber que en menos de una hora podía disfrutar de la montaña y de un montón de rutas aún por explorar. Sólo de pensarlo sentía cómo se me teñía de golpe la barra de energía del mismo color que el de mis pequeñas plantas que estaban recorriendo esta etapa conmigo y que cada día crecían más, milímetro a milímetro sin parar.

Es verdad que como montaña tenía Xiàngshān 象山 a tiro de piedra, que me encantaba, pero reconozco que para mí tenía un gran pero. El pero de no poder adentrarte en la montaña y perderte, el pero de pero no es un Parque Nacional. 陽明山 Yángmíngshān en cambio sí lo era.

Llegó el día de la luna llena, el Full Moon Festival o Mid-Autumn Festival 中秋節 Zhōngqiū jié, un festivo importante que celebrar en la cultura china. Mientras se celebraba comiendo pomelo, pasteles de la luna y en las calles de la isla continuaban con su tradición de encender cientos de barbacoas a pie de calle, otros muchos además queríamos celebrarlo viendo esa luna llena desde lo alto.

«¿Y si nos vamos de ruta? ¿Te apetece?» Eso le dije a mi compañera de beca aquél jueves mientras cenábamos en un teppanyaki japonés y me dijo que sí. Fue un pensado, dicho y hecho. Allá que nos fuimos el viernes festivo a recorrer lo que no eran las humeantes calles de Taipei en busca de desconexión de la ciudad y de conexión con lo que no era ciudad.

Lo recuerdo como un día genial, de los que me gustan a mí, sencillos y perfectos tal y como salen, de esos sencillos que te dan mucho sin pedirte demasiado.

Recuerdo cómo se empezaron a acumular los planes improvisados cuando encontramos en una casita escondida a un señor que preparaba unos bollitos de carne que estaban para caerse de espaldas. Nos los comimos cuando llegamos a la cima de la primera montaña que nos hizo sudar todos sus escalones de piedra y antes de que el azufre de las fumarolas estropeara la plata de nuestros pendientes sin darnos cuenta.

Buscando la luna para abrocharle el cierre a nuestra escapada de Full Moon Festival, acabamos sentadas delante de ella, enorme, redonda y bien llena en un cielo que se sentó y se oscureció para que a ella se la viera aún más.

Fue un viernes de montaña, risas y conversaciones con fondo que caen hondo. Me acuerdo hasta de que estuvimos hablando de series coreanas de vuelta en el autobús. Hay días de los que te acuerdas bien y eso es justo lo que me pasa con éste.

*A mi también me encantan las fotos de hoy, pero estas no son mías.

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